miércoles, 7 de mayo de 2008

¿Qué decimos cuando decimos "Gracias!"?

Como esta expresión con frecuencia parece en nuestra sociedad ir cayendo desuso, hoy queremos "resucitarla" . Porque sin ella, somos menos que una máquina: aún los animales son agradecidos... y quizás hasta las plantas, retribuyéndonos nuestros cuidados! Pero... ¿qué significa la expresión "Gracias!"? Si Ud. busca en el diccionario, hallará que "Gracia" se define como "Un don de Dios, obtenido aún sin mérito de quien lo recibe".

Lo que en el Misticismo se llama "estados de Gracia" refiere a esos momentos en que uno puede sentir un gozo que parece no tener que ver con logros de este mundo: hay en él una sensación de completud, de pertenecer al Todo, de estar en contacto con el Sentido de todas las cosas (un Sentido no-intelectual, desde el cual percibimos que hay "Algo Más" detrás de lo evidente). Puede que la persona sea creyente o no: no importa. En ese momento, su pecho respira "otro Aire", y es posible que vea la realidad con cierta Belleza inexplicable, teñida por un Amor-sin-objeto (así se llama el Amor en sí, que no necesariamente se deposita sobre alguien en particular, sino que es más bien como una radiancia...). Esos momentos de Gracia, aunque luego se evaporen, pueden dejar una huella profunda. Es como bajar al valle luego de haberlo visto todo desde la cima de una montaña: habrá "otro mapa" de lo que vayamos viendo...


De modo que cuando Ud. le dice a alguien "Gracias!", lo que está diciéndole es algo así como: "Te deseo que la Inteligencia Creadora ,[como cada uno la entienda], te dispense momentos... así: benditos. De Gozo. De Sentido. De Radiancia. De Gracia...". Nada menos! Yo, Eduardo, les invito a escuchar una breve anécdota real que Virginia nos quiere compartir sobre este tema:


"Yo era pequeña, y vivía en la granja de mis abuelos, en medio del campo, absorbiendo la Naturaleza. Ya había comenzado la tarde en ese día de invierno: recuerdo que hacía frío, y cuando uno hablaba salía de la boca un vapor espeso que me causaba gracia y asombro.


De pronto, por la escasamente transitada calle de tierra, apareció un señor. Quizás por mi edad, me pareció bastante mayor. Golpeó las manos para que alguien en casa le atendiera; yo le espiaba entre los arbustos. (Era toda una rareza que alguien desconocido se allegara a ese apartado lugar!). Salieron al mismo tiempo mi abuelo y mi madre. Mi abuelo le preguntó, con voz firme, entre desconfiado y cordial: "Qué quiere!?". Para mi sorpresa, el hombre no emitió palabra: sólo hizo un gesto de saludo, con una sonrisa amistosa, se tocó el abdomen con la palma de la mano poniendo cara de dolor, y luego abrió la boca, moviendo su mano derecha como si se echara alimento dentro. Mi madre me miró y me dijo por lo bajo: "Tiene hambre, y, -pobre!- es mudo." En mi escasa relación con la gente, yo nunca había visto aún un mudo! Sabía que existían, pero jamás había estado cerca de uno "de carne y hueso". Me produjo una compasiva fascinación, -sentimiento aún extraño para una criatura, pero que se iría volviendo muy mío-.

El abuelo miró a mamá, y mamá, con amorosa autoridad, le hizo al hombre un gesto de que esperara, yéndose hacia dentro de la casa. (Quién sabe por qué a los mudos uno no les habla, dando por sentado que tampoco escuchan...) El abuelo se quedó, vigilando la situación, y aunque me mandó para adentro, inusualmente no le obedecí.


Mi familia para ese entonces era verdaderamente pobre: dependía de la bondad de cada cosecha, y de algunos pocos productos caseros de la granja. Sin embargo, al rato mi madre apareció con un sandwich enooorme! Era un pan entero, del cual sobresalían fetas de todos los colores (seguramente todo un poco de cada cosa de las que pudo encontrar en la casa), y una bolsita con frutas de estación. Cuando el hombre vio lo que mamá con gesto generoso le ofrecía, abrió sus ojos desmesuradamente, y una sonrisa más ancha que sus propios labios le transfiguró sus facciones. Y fue tal su alegría, -nacida de un hambe bien real, y tal vez de haber sido rechazado en otras casas-, que, para sorpresa de todos, de su boca salió, sonoro, y perfecto, un expresivo "GRACIAS!!!!", con innegable franqueza. Luego hizo un gesto de saludo con la mano, se dio vuelta, y se marchó a paso rápido, calle arriba. El abuelo y mamá se miraron, azorados, me miraron a mí, y los tres nos largamos a reír a carcajadas.


Nunca olvidaré esta historia. Había habido una mentira, es cierto. Y ser veraz es un valor innegociable en mi familia. Sin embargo comprendí, aún a esa edad, que ser agradecido a veces puede ser tan o más importante que ser veraz . Cada tanto me acuerdo de aquél "mudo", que jamás volvió a aparecer por casa. Me había dejado para siempre una enseñanza inolvidable: creo que desde ese día me prometí a mí misma no ser nunca muda para dar las Gracias."


Si quiere acompañarnos en nuestro empeño de resucitar esta palabra... hágalo ahora: todos la necesitamos! Envíe un mail, llame por teléfono, dígaselo a quienes viven con Usted, al portero de su edificio, al vigilante de la esquina... y a quienes en su pasado le dieron lo que Ud. necesitó, pues eso también es cerrar círculos de la propia historia. Hoy, mañana... no se demore demasiado. Y, si quiere y puede, asegúrese de no ser nunca mudo para decir "Gracias!".

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